Con Lorgio Vaca - La Razón | Noticias de Bolivia y el Mundo

2022-09-17 11:59:47 By : Ms. lucky mi

Saturday 17 Sep 2022 | Actualizado a 07:59 AM

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El Papirri con Lorgio Vaca

La Paz / 23 de enero de 2022 / 16:49

En noviembre pasado visité al gran muralista cruceño Lorgio Vaca. Me recibió con su hermosa sonrisa en su taller

En noviembre pasado visité al gran muralista cruceño Lorgio Vaca. Me recibió con su hermosa sonrisa en su taller lleno de colores y cantos de pajaritos. La casa de Lorgio está en un pequeño bosque encantado de arte que la ciudad absorbió. El maestro cumplió el 24 de septiembre 91 años de edad. Siempre lúcido y amable, me recibió a los abrazos, la última vez que lo había visto fue en un bus, rumbo a Tiwanaku, íbamos a apoyar la primera posesión de Evo, era enero de 2006, pero nos encontramos como si nos hubiéramos visto ayer. Mientras tomamos un juguito de linaza, contó que su papá fue a la Guerra del Chaco, la guerra destrozó el matrimonio. En la separación su padre le dio el regalo más importante de su vida: un juego de acuarelas. Su madre doña Bertha Duran lo raptó de la casa paterna llevándoselo a La Paz, donde estudió en el colegio La Salle. “Yo he sobrevivido porque siempre fui un tipo out, perfil bajo, fui solitario desde niño”, dice. Saliendo bachiller ingresó a la carrera de Derecho, en la que siguió estudiando por dos años.

Pero el color le envolvió el alma, dejó todo, incluyendo un trabajo de oficina, y se fue a vivir al lago Titicaca en busca del silencio, del color, de la luz. Vivió con los campesinos aymaras pagando el alquiler de su cuarto de adobe con las pinturas que hacía. “Véndeme”, le dijo un hombre del lago, allí se dio cuenta de que sus pinturas tenían cuantía. En su búsqueda, volvió a Santa Cruz, colándose en un vuelo de los correos de Bolivia, rumbo a la bienal de Sao Paolo. Ese año de 1954 fue fundamental: con su hermoso carácter hizo amistades pictóricas, pasando cursos de cerámica veneciana y química del color en Rio de Janeiro. “Un día de esos colgué una acuarela en el cuarto de un amigo, a las semanas el amigo me dijo que había presentado la pintura a un concurso y que yo había ganado”. Era nada menos que el premio especial del III Salón de Acuarelas de la Escola de Bellas Artes. Entonces, conoció al gran muralista Cándido Portinari, quien le indicó que si deseaba hacer murales tenía que hacerlo en su país.

Retornó a Bolivia cargado de nuevos conocimientos, y de obras propias y obras de sus amigos brasileños, iniciando una gira de exposiciones por el país. Así llegó a Sucre. En aquel lugar aconteció el taypi,la energía bendita que se contrae y condensa, “lo que llamamos casualidad es el tejido de la vida”, me dice. Se encontró con los artistas del Grupo Anteo, quienes trabajaban el arte público del mural. Solón Romero, Jorge y Gil Imaná lo recibieron con gran cariño y simetría ideológica, se quedó en Sucre realizando su primer mural en 1956 en una pared del Colegio Nocturno Padilla, obra conjunta con Jorge Imaná. Había logrado dominar la pintura de caballete pero el arte público del mural le poblaba el alma. Ese gran encontronazo con el Grupo Anteo fue un hito en la plástica boliviana. Hombres revolucionarios trabajaron murales para los sindicatos de la época. Quizá ésta haya sido una primera gran etapa del maestro, de 1930 a 1956.

Volvió a los viajes, a la búsqueda, a la aventura en esta posible segunda etapa de 1956 a 1970. Viajó por Latinoamérica exponiendo en Cuzco, Lima, Quito, Venezuela, Colombia, expuso en conjunto con el título paradigmático de “Cuatro pintores del Grupo Anteo”. En estos años conoció el amor, casándose con la artista peruana Adita Sotomayor, con quien tuvo tres hijos, una historia de amor sin igual. A los 33 años, en 1963, ganó el Premio Nacional de Pintura; sin embargo, lo que más le interesaba era seguir trabajando con el mural y con la cerámica, realizando el mural en la Cripta del Mariscal Santa Cruz de la Catedral de La Paz y el mural La Juventud en la Universidad peruana de Trujillo. En 1968 conoció al gran muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, me cuenta que lo conoció en un curso de yoga que dictaba una artista famosa en México, Siqueiros visita la exposición de Lorgio en la Galería de México y luego lo convida a su taller de Cuernavaca. “Tengo fotos con Siqueiros, salí en el periódico y todo”, me dice en su sencillez de sabio.

En 1970 Lorgio decide radicar con su familia en su Santa Cruz natal gracias a la invitación de su amigo Cristóbal Roda, empresario de la cerámica, desde entonces a la actualidad consolida su arte público, realiza hermosos murales en parques, rotondas, bancos, colegios, iglesias, que son hoy patrimonio cruceño. El arte es del pueblo y para el pueblo, qué mejor que realizarlo con la antigua técnica precolonial de la cerámica y con materiales originarios. “¿Cuántos murales hizo en Santa Cruz, maestro?”, pregunto obvio. “Creo son unos 22, según lo que me indican amigos investigadores”, responde simple. La gesta del Oriente Boliviano, mural de 1971 ubicado en el paseo municipal El Arenal es símbolo de esta gran etapa, ejecutado en 240 metros cuadrados en relieve cerámico policromado marca la línea estética del maestro. “En realidad, creo que he realizado por etapas un solo mural”, me dice sonriendo. Las lavanderas, Homenaje a Melchor Pinto, Tradiciones cruceñas, Tu derecho a la salud, Pórtico florido, Radiocomunicación y paz, Cristo viene del trigo son algunos de ellos. El mural Celebración de Montero, mural de cuatro paneles, fue agredido un mes antes de inaugurarse en 2007, integrantes del Comité Cívico atacaron con martillo y cincel dos efigies con el rostro del Che y la Wiphala.

La obra del maestro Lorgio Vaca es reconocida en todo el mundo, es estudiada en universidades europeas, el artista es admirado por académicos y pintores del universo. Humildemente yo siento que el Estado boliviano no ha reconocido como se debe la monumental obra de Lorgio Vaca. ¿Se le otorgó el Premio Plurinacional de Culturas? Creo que no. Entonces, señores gobernantes bolivianos, burócratas con poder y gestores culturales actuales, pongan voluntad al tema, reconozcan la hermosa historia de este gran creador revolucionario y gestionen para que se le otorgue en brevedad el Cóndor de los Andes. El maestro sabe que pienso esto, me mira con su sonrisa amable y me recuerda su frase: “A mí me alegra todo, yo nunca esperé nada de la vida”.

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

El artista peruano radicado en Santa Cruz presenta la exposición ‘Sueños de color’ en la galería Altamira

Por Ariel Mustafá / 11 de septiembre de 2022

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Por Edwin Álvarez / 11 de septiembre de 2022

La Paz / 4 de septiembre de 2022 / 15:47

Mr. Herpes Zóster llegó un día a casa con sus garras afiladas, clavó su pezuña en mi pulmón derecho, consiguiendo llagas y ampollas; invadió mi espalda un domingo de ascuas, aprisionó mis nervios, sometió mis movimientos y me postró en cama. Yo no lo conocía a este señor monstruo, nunca antes lo había visto ni en pintura, pero el carajo se entró sin permiso, aprisionando mis brazos, sometiéndome a la congoja. ¿Por qué escribir esto en un suplemento dominguero que se llama nada menos que ESCAPE? Pues porque no tengo nada que escribir, ni por dónde escapar… además, para contarles que teclear es ya todo un logro para este territorio usurpado. Zóster —mezcla de imperio romano/germánico— ha logrado que no retorne al escenario… y eso es demasiado.

Los primeros días creí que se iría pronto, pero no, decidió expandir sus dominios imperiales hasta la tetilla derecha, mandó sus ejércitos del mal agüero a tomar pulmón y costilla. Siempre a la derecha, este virus hitleriano me hizo creer entre sollozos que se largaría rápido, pero nada, pasaron semanas y el concierto en Café Arte Efímera ya lo tenía en la nariz. Mi nariz está bien, sin problema, el problema es que este gil de abril paralizó mi brazo derecho. Hoy mismo, a 17 días de la ocupación, escribo esto solo con la zurda —como siempre—, digo, como nunca, porque mi amigo al que aún no conozco, dueño del Café Efímera, me mandó pasajes y todo. Zóster se percató y espantó a mi guitarra, la espalda de la Sevillana raspaba el plantío de minas de llagas de la costilla generando un sonido hiriente, el colgador de la misma frotaba el pulmón con ampollas encendidas que me hacían arar. Ya son 23 días y nada, sigue el huevón este haciéndome suspender conciertos esenciales y presenciales: el 3 de septiembre con Alberto Plaza en La Paz, el 9 en el Paraninfo de Oruro, el 17 celebrando mi cumpleaños en el Mesón de Cochabamba, el 22 con los Bolitas en la Tirana y Olé.

¡Olé!, gritó el monstruo, haciendo caer todo con sus manotazos, como naipes voladores se derrumbaron los eventos, este gil de abril se adueñó de la mitad de mi cuerpo; la otra mitad está bien, menos mal, mal que mal estamos bien, pero no dan ganas ni de caminar. Zóster, licuadora maldita, azota mis vigores, deglute mis sueños, succiona mi brío, y con su ejército de sicarios ahora ordena no realizar ningún esfuerzo. Lo siento, no podré shempre festejar mi mes aniversario, estoy ocupado… pero de ocupación. Esas épocas de viva la vida pasaron. Ultimadamente Mr. Herpes Zóster somete a mi hígado, lo mastica, lo deglute, este carajo me hace arrodillar de dolor, de dolor de cuerpo, de dolor de nervios, de dolor de alma, cojudo y mierdas, “dejame, dejame de una vez; soltame, soltame que no ves, que me quiero ir, hacia el soool”. Todavía queda media página, mi zurda no da más. Pararé un cachito.

Vuelvo. La comandante Carolina ha organizado el EGAHZ con cuadros conocidos por su lealtad. Soldados revolucionarios de la nación Aciclovir contraatacan con bombas de pastillas y pomadas, recuperando territorio. Bombardean las zonas de fuego, secan las llagas. La comandante hace pactos multilaterales con los cañones de Lidocaína, con tanques de la nación Pregabalina que, con bombas de sueño, fortifican nuestras defensas. El EGAHZ es eficiente en sus líneas, en el día 25 de la guerra mi derecha trata de concertar con la línea enemiga. La negociación es débil, vuelve mi zurda al contraataque, se nota división en nuestras filas, el índice y el pulgar diseñan estrategias tecnócratas, el medio y el anular toman posiciones ultranacionalistas, el meñique quiere salir rajando sin saber que poco importa. La comandante Caro instruye: ¡Unidad, carajo! Si no, no llegamos, faltan 80 caracteres para acabar este manifiesto. Mr. Zóster manda a negociar a su canciller y el EGAHZ (por si acaso Ejército Guerrillero Anti Herpes Zóster) consulta a sus bases, no hay consenso, tampoco censo, solo este menso de Zóster que otra vez nos hace retroceder en un duro ataque derechista y por la espalda, debemos replegarnos: cuarto intermedio.

Día 31. Ojalá pronto acabe la confrontación y, —recuperando mis territorios—, pueda tocar tranquilo el 8 y 9 de octubre en el Teatro Municipal de La Paz. Sigue la guerra, sigue el dolor, pero las costras del desamor van cayendo, mis hojas de otoño riegan la tina de verano en la primavera de este invierno de nunca acabar. ¡Jallalla el EGAHZ!

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Por Edwin Álvarez / 11 de septiembre de 2022

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El filme de 1987 del director Paul Verhoeven fue un éxito de taquilla que cambió la forma de abordar el cine de acción hasta esa época

Por Juan José Cabrera / 29 de agosto de 2022

La Paz / 8 de agosto de 2022 / 13:21

Llegué a La Paz un martes a mediodía, había amenaza de paro, “los loqueadores están amenazando”, dice el joven taxista. En silencio integral bajamos la subida, la paz de La Paz desde arriba, su cielo impetuoso. “¿Va ir por la autopista?”, increpo inseguro; “es lo mejor”, responde serio el maestro. Dudando, dudando llegamos a la Montes, como con Mentisán pasamos el Prado, todo expedito, “ex-pedito”, me digo sonriendo y… ¡zaaas! Ya estamos en mi depto paceño. Cuando entro me emociono, veo la foto de mis padres casándose, me acuerdo del accidente de mi esposa. Hace dos meses que no escuchaba ese olor a guardado, abro la cortina de la sala y el Illimani me mira de reojo: está solemne sentado en sus barbas de nieve. “Permiso, jefeeee —le digo— hey llegado”. Las plantitas están secas, tengo que tomar decisiones, el depto estaba alquilado a un amigo que decidió migrar nomás, me dan pena las paredes sin los cuadros importantes, todos están encerrados en uno de los cuartos. La llamo a la señora Narda: “doña Nardita, ¿un almuercito me manda?”. “¡Ay! Qué susto me has dado, Manuelito, creí que no llegabas más. Te mando, papito”, me responde cariñosa. Tiendo mi cama que está un desastre, me recuesto y empiezo a sentir la altura en la garganta, en las sienes. Tengo mi hoja de coquita en el velador. En la tarde ensayo, debo tocar para un acto de los hermanos cubanos en la Casa Grande, es mañana, ensayo escalas y… ¡zaaas! El dolor en las sienes, decido nomas tomar la pastilla para la presión. El atardecer cae en cárdeno, las laderas se derriten en luces, ¡qué hermosa es La Paz!, me digo en plegaria. Duermo en inquietudes, me falta aire, no está seguro el repertorio.

La mañana siguiente nace repleta de sol, las laderas regalan sus frutas frescas, los autitos en miniatura dan vueltas y yo, sin saber qué cantar en el acto por la gesta del cuartel Moncada. Recuerdo la primera vez que toqué para el Moncada, era el 26 de julio de 1979. Don Pablo Ramos me llamó, “joven Monroy, me dicen los compañeros que usted nos puede ayudar con la música, somos de la Casa de Amistad boliviano-cubana”. “Claro, don Pablo”, le respondí nervioso. Y así fue. Como hoy, no sabía qué tocar. Solo que, en julio de 1979, con 18 años, no había compuesto ni media canción. Recuerdo que Silvio Rodríguez compuso algo sobre la heroica gesta del Moncada, recuerdo que toqué esa canción en el acto de don Pablo, voy a la computadora para investigar un poco más y… ¡zaaas! No tengo internet. No tener internet es más o menos como no tener gas en la garrafa, se asemeja a un corte de agua, realmente estás fuera de la nube, del planeta. Desde mi celular leo que se trata de la bella Canción del elegido, dedicada a Abel Santamaría, héroe del Moncada que fue torturado y asesinado a los 25 años. Se va armando el repertorio, no toco la guitarra hace tres meses, los dedos tropiezan, se enciman unos sobre otros, las uñas generan mucho ruido, quiero ponerme al día en un asunto de meses: tensión. Llega a almorzar un amigo que trae una jakhonta ardiente, me levanta el ánimo, “tú tocas hace 40 años, ¿cómo no vas a poder?”. “¿Me acompañas?”, imploro. “¡Claro!”, dice. “Pero los de tu Rotary Club por ahí se rayan de que vayas donde los barbudos”, le digo saboreando un ahogadito para revivir. “Nos vemos cinco y treinta en la puerta de la Casa Grande”, afirma el amigo y se va.

Hago una siesta inquieta, son las cuatro, me tomo la presión, 153/100, uy cará. Mi presión baja está muy alta… tomo la pastilla. Plancho mi camisita, me habían dicho que esté a las cinco para probar sonido, llego puntual y… no me dejan entrar. Dos motines me empujan a la mala, “espere afuera”. Entonces llegan los diplomáticos con sus ternos y carteras, sus perfumes de aeropuerto, me escabullo entre ellos con la guitarra y logro entrar al ascensor hasta el piso 21. Es un auditorio grande, pelado, sin sonido. Aparece un cuate que se hace el organizador del acto, le digo…  “¿y el sonido?”. “Ya van a traer, tranquilo, vente a esta salita”, y me encierra en un cuarto con una vista espectacular de la ciudad. Llegan unas damas con tambores, traen el programa oficial del Acto por el 69 aniversario del cuartel Moncada. Se hacen las seis, mi amigo reclama mi presencia en la puerta, le digo que es imposible bajar, que estoy a la espera de la prueba de sonido, la gente empieza a llegar a hervores, con carteles, pancartas y vivas. Se inicia el acto, el embajador de Cuba da unas palabras muy hermosas; yo escucho todo desde bambalinas, buscando al sonidista que aparece desesperado, cargando cables y micrófonos. Mientras transcurren las palabras, probamos mi guitarra suavito, ya no da tiempo para probar la voz. Habla la ministra Marianela, ahorasito, ya me toca, duelen las sienes de nuevo, sudan las manos. Entro a escena sin probar micrófono, siento un orgullo especial de seguir cantándole al Moncada, me abraza el embajador de Cuba, la ministra también, uno del público grita: “¡Cantá una del Stronguer!”, entonces emprendo con dos canciones inéditas: Canción para nuestra Alba y Cueca del mar boliviano, concluyendo con Canción del elegido de Silvio. Salgo temblando de escena, aparece mi amigo a los zancos, “¿estás bien?”. “Un poquito de agua, hermano, conseguirime”. Así fue mi breve re-torno a la escena musical. Vuelvo a Cochabamba luego de un masaje rotundo de una señora fisioterapeuta que embute su codo en mi omoplato herido de rigideces. El sábado me empieza a salir un sarpullido extraño. El domingo mi esposa dice: “Creo es Herpes Zóster”. El lunes se confirma. Es muy doloroso, tremendo, toda la espalda en llagas. Hoy, un poco mejor, decido nomás tocar en Café Efímera de La Paz este próximo 12 y 13 de agosto. Vayan pues, para hacerme el aguante. Que los espíritus superiores y la Pachamama nos ayuden. Y si saben de alguien que me haga una buena milluchada me avisan, che. Urgente es.

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

El artista visual falleció en agosto. Edwin Álvarez, director de la Asociación Boliviana de Arte Fantástico, organizó la muestra póstuma

Por Edwin Álvarez / 11 de septiembre de 2022

Por El Papirri / 4 de septiembre de 2022

Esta intelectual y feminista boliviana rompió con todos los cánones de su época, pero su obra fue invisibilizada

Por Marcela Araúz Marañón / 4 de septiembre de 2022

La Paz / 18 de julio de 2022 / 15:06

Hace dos años me llamaron residentes paceños en Londres para hacer un concierto vía streaming por las fiestas de julio. Eran tiempos difíciles, de pandemia y golpe, canté un par de canciones, la salvadora Metafísica popular y La Paz, mi ciudad, una canción pop a la que no le dieron ni pelota. Salí vacío del ciberevento, decidiendo componer una canción para La Paz más fuerte, un huayño bailable y festivo. Había guardado las primeras ideas en una grabadora medio chinchosa, caprichosa, que a veces grababa y otras veces borraba lo grabado. Esa grabadorita de periodista Olympus resucitó hace un par de semanas gracias a mi amigo Astroboy, que se bajó un programa de rescate de audios, cosas mágicas del ciberespacio. El programa de marras rescató de la grabadora unos 300 audios que yo creía muertos, allí estaban los audios del proceso compositivo de todas las canciones de lo que iba a ser mi disco 60 A. En el medio aparecieron las ideas melódicas de la canción paceña y un audio mío con voz de brindis que decía: “los paceños cantamos un bello tango y un taquirari gozoso en las fiestas de julio, hagamos algo más nuestro, pues”. Decidí acabar esta idea que se consolidó en un huayño sicuri mestizo al estilo Música de Maestros, la letra fue brotando llena de lugares comunes. Saqué del texto la palabra “antiimperialista” para no restringir a los escuchas, pero sabiendo en mi decoro íntimo que la revolución del 16 de julio de 1809 fue una revolución antiimperialista de verdad, una toma del poder de los mestizos paceños que se sentían relegados por los gachupines y familias. Murillo tomó el poder, sacó a los españoles de los cargos de mando y puso un gabinete de ch’ukutas valientes: La Paz fue territorio libre del imperio español. Aquella heroica sublevación duró pocos meses, en enero asesinaban a la mayoría de los revolucionarios, pero la gesta fue el espaldarazo para los 15 años de guerrilla americana que se venían.

El asunto es que hace 15 días acabé el huayño, lo llamé a mi amigo Luis Soria, ingeniero de sonido de Soria Records de Cochabamba, un estudio profesional donde grabé la canción Ch’utis del mencionado disco. “Quiero salir de un bajón familiar tremendo, hermano, grabemos la guitarra y voz de esta nueva canción para sentir la música de nuevo”, le dije inseguro. Al día siguiente me fui al estudio a grabar esa base, Luis me dijo “es mi cariño, no me pagues”, inaugurando esta canción repleta de solidaridad y amistad. Mandé a mi amigo músico paceño Mauricio Segalez la toma base, Mauricio ch’alló su Mental Studio de la ciudad de El Alto con  una sesión maratónica, pues se fueron sumando varios músicos y músicas. Grabaron en aquella sesión el cantautor David Portillo con su hermosa voz; Daniela Pabón, dulce voz femenina; luego se sumaron los tremendos sicus de Fernando y Kicho Jiménez y la guitarra eléctrica de Bilo Viscarra de Los Bolitas. La cantante y compositora Isadorian mandó la toma de su interesante voz desde su home studio de Obrajes, el virtuoso percusionista Iván Guzmán puso percusiones desde su home studio de Sopocachi, la violinista Liz Loayza aportó con su violín y voz también desde su estudio personal de Següencoma, Ariel Choque puso su charango intercultural desde su estudio de Villa Copacabana; así poco a poco se fue armando este ch’enko paceño que decidió llamarse Ch’ukuta Valiente. La cellista Roxana Tórrez, además esposa de Segalez, le dio un toque especial, el gran pianista y compositor Heber Peredo mandó, sobre el filo, una toma desde su estudio de Aranjuez.

En cuanto al nombre, el significado de ch’ukuta lo tenía en duda, solo recordaba que mi padre solía decir: “soy paceño, ch’ukuta y pico verde”. Le consulté a un amigo aymarólogo, que me contestó: “ch’ukuta, literalmente, cosido. Parece que se trataba de una vestimenta que el paceño originario cosía en sus tobillos. Se aplica tanto a hombre como a mujer”. Así de difuso el asunto. Hoy decido quedarme con la acción del verbo que remite a coser en el sentido de unir, pues eso es La Paz, un territorio que une y cose de manera generosa, a veces silenciosa, siempre integradora a todos los bolivianos y residentes en Bolivia. En cuanto a “pico verde”, leí un debate en redes entre dos señores: uno decía que se refiere al verde del pijcho de coca en la boca, en el pico del paceño. El otro decía: “no es así, se refiere a las primeras botellas de la cervecería boliviana, unas botellas verdes, le cascaremos unas verdes decíamos, bachilleres”. Hoy me quedo con el asunto del pijchar, pues soy —desde hace una década— un masticador de coca militante y puntual, un pico verde de verdad. Así, saliendo del bajón, llenando mi cabeza otra vez de música y versos, nació esta canción simple, “tal vez demasiado simple”, según ironizó mi sobrina la intelectual. Fue un hermoso pretexto para volver a la guitarra, a las grabaciones, al compartir música. Nadies cobró un peso, nadies financió el tema, todo fue solidario y colectivo. Eso sí, Segalez tuvo que cargar la parte más dura de editar y mezclar diferentes calidades de audio, además de tocar bajo y cantar. Yuspagara, Mau. Un gracias a Lalo Lanza de Taparaco Arte Video, que se une cosiendo este bello tejido de paceñidad con un video para las redes. Cuatro damas y ocho hombres, mú[email protected] todes paceñes, le regalamos este 2022 a La Paz, nuestra ciudad, esta música con todo amor: Chuquiago Marka, Jallalla. ¡Que viva mi La Paz!

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

El reto de los escritores que editan de forma independiente está en el uso de la tecnología para la publicación y difusión de su trabajo

Por Daniela Dalence Claure / 11 de septiembre de 2022

El filme de 1987 del director Paul Verhoeven fue un éxito de taquilla que cambió la forma de abordar el cine de acción hasta esa época

Por Juan José Cabrera / 29 de agosto de 2022

Esta intelectual y feminista boliviana rompió con todos los cánones de su época, pero su obra fue invisibilizada

Por Marcela Araúz Marañón / 4 de septiembre de 2022

La Paz / 4 de julio de 2022 / 14:19

Cuando el presente está un poco triste y el futuro no existe, nada mejor que recordar. Qué será de la vida de mi amigo Yotsugi san… Lo conocí en 1990, en la isla de Kyushu, al sur de Japón. Yo vivía en Fukuoka, una ciudad pujante, al frente de Seúl. No conocía a nadies, no entendía el idioma, estaba a punto de colgar los cachos y retornar a Bolivia. Fueron los espíritus superiores los que mandaron a Yotsugi san a tocar el timbre de nuestro departamento. Abrí la puerta y me asusté, era un japonés corpulento que traía un LP vinilo que decía en la tapa “Bolivia”.

—¿Sumimasen, anata wa deska?— me preguntó en urgencias, agachándose tres veces y señalando la tapa del vinilo con un dedo.

—Nihongo wakarimasen— respondí, diciendo “no entiendo” y acercándome en miopía a la tapa del disco.

Era un disco boliviano, encabezaba el LP Zulma Yugar, luego Savia Andina, Los Kjarkas, Enriqueta Ulloa, Grupo Proyección, y al final estaba yo, con mi canción Hoy es Domingo, se trataba de una compilación que desconocía, todos pertenecíamos al mismo sello discográfico.

— Jai, watashi desu— le respondí en positivo, señalando con el índice la punta de mi nariz.

Y se lanzó a mis pies…

— ¡Sensei! ¡sensei! Monloy san, sensei desu— decía desesperado mientras abrazaba mis pies de maestro.

Me costó mucho incorporarlo, no quería mirarme a los ojos. Ya incorporado le dije que pasara, se sacó las botas rudas, no quería ingresar a la pequeña sala. “Sensei, sugooy”, seguía repitiendo como en oración. Lo invité de nuevo, ingresó con medias y de puntitas a la sala con piso de tatami, yo ya estaba un par de meses tratando de salir adelante en Fukuoka y sabía que haciendo reverencias todo iba bien.

—¿Kono LP, itsu Monloi san jiquimaska?— preguntó, tartamudeando, cuándo había grabado ese disco.

Ahí nació un diálogo con señas, mezclado con palabras en inglés. Yotsugi san traía un diccionario japonés-español que consultaba nervioso, con gran expresión teatral se inició aquella amistad musical.

Al otro día Yotsugi san trajo una guitarra Ovation, electroacústica, maravillosa, estaba de moda en EEUU y Europa, le entendí que quería que yo le enseñara a tocar.

—Domínguez, onegaishimasu— repetía.

 En la época yo no tocaba nada de Alfredo. Pero Yotsugi traía un casete con piezas del guitarrista tupiceño. Fue allí que conocí Por tu senda y la saqué de oreja para enseñarle a mi primer alumno nipón. Luego esa pieza inició mis conciertos durante 15 años. Yotsugi san venía lunes y jueves y se quedaba de 4 a 6 de la tarde. Venía después de su trabajo que, entendí, era de técnico de cables de luz. Gracias a aquel amigo pude ir aprendiendo algo de japonés. Su obsesión era aprender a tocar la chacarera y aplicar este ritmo a algunos temas de Ernesto Cavour. Y yo sí que sabía tocar el ritmo, todos los veranos de mi infancia me había vestido de chacarera en el patio de mi abuelo Andrés.

Gracias a Yotsugi san empezaron a salir tocadas, él averiguó que había un curso de japonés en el Ryo Gakusei Kaikan, el edificio de estudiantes extranjeros donde vivíamos; escolar, me fui a aprender con las esposas de los becarios, todas africanas y chinas. Con el amigo fuimos armando un repertorio de 45 minutos a su gusto que luego yo estudiaba en la mañana, aquel repertorio incluía 20 minutos de piezas instrumentales latinoamericanas para guitarra y algunos hits latinos. Gracias a los casetes de Yotsugi saqué al oído el tango Adiós Nonino de Astor Piazzolla, él me trajo fotocopias de las partituras de los valses venezolanos de Antonio Lauro, de Danza Característica del cubano Leo Broawer, del Choros Nro.1 de Heitor Villa-Lobos, aún no existía el internet. Al oído y con gran esfuerzo trabajamos alguna bossa nova. Le encantaba mi manera de pulsar la rítmica de la mano derecha en la bossa, mi versión de Corcovado lo hacía vibrar. Escuchaba con los ojos cerrados lo que yo tocaba, luego le pasaba la guitarra y él trataba de imitarme. En seis meses Yotsugi san logró interpretar algunas de esas piezas, pero con la chacarera nada, che. En su auto fuimos hasta la ciudad de Kita Kyushu, a unas cuatro horas de donde yo vivía, a participar en mi primer concierto público japonés, en el Teatro Municipal de esa ciudad. Entendí que era un concierto de despedida a un japonés que se iba a Bolivia a estudiar charango, el Teatro de unas 400 butacas estaba lleno. Toqué aquel repertorio de 45 minutos que Yotsugi escogió, inicié con los temas en guitarra, luego tres bossas tocadas y cantadas, más dos boleros de Los Panchos, siguiendo con Hana no matsuri (El Humahuaqueño) y una morenada en japonés que Yotsugi san me ayudó a traducir y que decía así: “Jora, jora, odore, kio wa mastsuri/ Andes no Jaru/ Te bioshi ta ta ta/ Ashi bioshi ta ta ta / tanoshimashoo”. O sea: “Morenada cantaré, morenada bailaré con alegría/ con las manos ta ta ta /con los tacos ta ta ta/ Viva la fiesta”. Éxito total, ovación nipona. La segunda parte entró a escena el grupo de Yotsugi, se llamaban “Los ubanquiacas”, nunca supe que significaba aquel nombre, tocaban éxitos de música andina envueltos en ponchos de Tarabuco. Al final, ingresó a escena el japonés viajante tocando dos solos de charango, ¡además de konkhota!

Luego de un año de clases, Yotsugi se fue a trabajar a Tokio y no lo vi más. Mi recuerdo más querido para Yotsugi san, aquel amigo que hace 30 años me sacó de una soledad asiática muy parecida a esta actual cochabambina. No pude ubicarlo en el feis porque nunca supe su apellido, él decidió presentarse con su nombre, al estilo latino. O sea, es como si se llamara “Juan san” y buscaras un Juan en el feis. Grave, che.

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

Ariel Mustafá, de la Galería Altamira, describe cómo se logró organizar la muestra del pintor radicado en París

Por Ariel Mustafá / 29 de agosto de 2022

Por El Papirri / 4 de septiembre de 2022

El artista visual y arquitecto Santiago Contreras Groux reflexiona sobre ‘Temperatura’, muestra de José Ballivián

Por Santiago Contreras Groux / 4 de septiembre de 2022

La Paz / 19 de junio de 2022 / 23:12

Hace tiempo que me persigue una ideíta, una intuición, y como soy un metiche, se las cuento. Sabemos muy poco sobre nosotros. No me refiero a los especialistas, a los historiadores, a los antropólogos y cientos de “ociólogos”; es posible que ellos sepan sobre nosotros, sobre Bolivia, tal vez discuten entre ellitos nomás, en simposios y publicaciones especializadas con traducciones al inglés. Pero… ¿y nosotros? ¿Y el que camina en minibús? ¿Y el público teleférico? ¿Y nuestros escolares? ¿Saben quién fue, por ejemplo, Juan Wallparrimachi, el poeta y guerrillero antiimperialista quechua? Tal vez sepan algún cliché, con retrato de dudosa procedencia, info congelada en los manuales de historia al estilo almanaque Bristol. Pero: ¿los niños bolivianos sienten en su corazón, en su sentipensante, a Juan Wallparrimachi Mayta?

Juan muere en combate alcanzado por un tiro de arcabuz nada menos que el 7 de agosto de 1814, guerreando contra el imperialismo español en la batalla de Las Carretas. Este joven hipersensible, intenso, poeta quechua, agarra las armas originarias y pelea en los ejércitos libertarios. ¿Libertarios de quién? Del imperialismo español pues… que nos tenía a todos los mestizos e indígenas jodidos, marginados, esclavizados, exiliados en nuestra propia tierra, al decir de la proclama paceña, subversiva, insurrecta del 16 de julio de 1809.

El poeta y guerrillero quechua murió a los 21 años de edad. Se sabe que nació el 24 de julio de 1793. ¿No sería hermoso tener una narrativa corta, pedagógica/difusora, pero con buen músculo y sostén histórico sobre este joven valiente quechua? Sería sublime invertir desde el estado en productos artísticos que hagan llegar a nuestras almas populares la vida de hombres y mujeres que forjaron la bolivianidad. Novelas, poemas, dramaturgia, películas, video redes, canciones que logren un tatuaje de bolivianidad en el alma del pueblo, una estrategia anual que construya en goteo vital el ajayu de la patria. No tenemos, intuyo, una narrativa compacta de la bolivianidad, considerándola como el concepto cualitativo, dinámico y continuo que condensa lo mejor de Bolivia, el sumun de Patria, las vanguardias y sus subversiones. Identidad tenemos… y mucha. Harto chicharrón hay. Alguna vez la identidad fue revolucionaria, el Gran Poder es “reconocido” recién como hecho cultural a partir de 1970. Sin embargo, las identidades, intuyo, se van con el tiempo vaciando en postales de imparcialidad si no se licúan en constancia hacia el sumun cualitativo que cuaje en la bolivianidad, sentimiento y pensamiento que genera una sana y dinámica autoestima popular, un orgullo verdadero y profundo de ser bolivianos, de pertenecer a la patria de Wallparrimachi.

Parece que durante todo el siglo XIX los intelectuales y artistas bolivianos que debían generar bolivianidad estaban con la cabeza en Europa, colo-nizados. Con algunas excepciones: la pirotécnica de la bolivianidad. Estas excepciones son las que deberíamos valorar y visibilizar, pues creo que todos ellos y ellas se jugaron la vida por una Bolivia con autodeterminación, siempre insurrecta, rebelde, humanista, progresista, igualitaria, que lucha contra racismos, terratenientes, imperios, vengan de donde vengan.

Juan Wallparrimachi Mayta merece ser recordado, renovado, sentido, apropiado, recitado, amado por los niños y jóvenes bolivianos. Se dice que solo quedan 12 poemas en quechua de su autoría. Hay traducciones al español. Sin embargo, hay una ausencia bibliográfica y biográfica que invisibiliza a los Wallparrimachi, a nuestros hitos de la bolivianidad. Pensando en los productos artísticos en torno al hito, parece que hay una trama, una bella historia de amor en la vida de Juan, ideal para motivar cuentos, novelas, hacer guiones, teatro, componer canciones. El joven rebelde decía en un poema: Solo en ti pienso/ a ti te busco/ si estoy despierto. Parece que Juan estaba enamorado de Vicenta, una joven mestiza entregada a la fuerza en matrimonio a un viejo andaluz. Juan y Vicenta se amaron profundamente, Juan murió en la guerrilla, Vicenta murió por amor al guerrillero en total soledad: fue expulsada de su casa, de su territorio y enviada como monja a Arequipa hasta el fin de sus días. Le decía Juan a Vicenta: ¿Cómo pudiera hacer/para peinar con peine de oro/ tu negra y encantada cabellera/ y ver cómo ella ondula alrededor de tu cuello? En quechua: ¿Imaynallatan atiyman /yana sh’illu chujchaykita/ Qori ñajcha awan ñajchaspa/ kunkaypi pujllachiyta?

Acabo de echarme una siestita, soñé que una autoridad decía: nuestro consejo de la bolivianidad, consejo multidisciplinario, ha resuelto que el año 2023 sea declarado el Año de Juan Wallparrimachi Mayta. Soñé que se instruía a los ministerios involucrados recabar la mayor información posible y generar una sustentada narrativa sobre nuestro héroe nacido en Chayanta, para su difusión inmediata. Soñé que yo le hacía una canción a Juan para una serie que sostiene el Estado Plurinacional con el objetivo de enriquecer y difundir en todas las unidades educativas el ajayu patrio y la bolivianidad. Soñé con un niño alteño recitando los 12 poemas de Juan Wallparrimachi, joven guerrillero antiimperialista, comandante de las tropas de Manuel Ascencio Padilla, que agarraba a warak’azos a la antipatria. Soñé que ese consejo proponía que 2024 sea declarado el Año de Gualberto Villarroel, quien fuera asesinado por la antipatria, colgado de un farol por querer hacer realidad la abolición de la esclavitud indígena; soñé que se inauguraba un museo vivo en su honor, en su tierra, Punata. Soñé que 2025 fue declarado Año de Juana Azurduy, la guerrillera heroica. Soñé que la bolivianidad existía, latía diariamente en los corazones de nuestra gente. Solo es un sueño, una ideíta, por metiche nomás. Hey dicho.

(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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